lunes, 28 de septiembre de 2009

DÍAS MUY DUROS


Izq, Manuel; der.: Ariel. Mis hijos en la vacación de invierno de 1979, cuando nos visitaron en Oruro, donde fuimos a parar tras las amenazas del paramilitar Gary Alarcón. Meses después volvieron a separarnos cuando salimos al exilio. ACNUR se encargó de juntarnos de nuevo.
Cuando me casé, mi hermano evitó asistir al matrimonio. Era su señal de protesta. Pero me mandó como regalo un memorandum del Ministerio de Educación, donde trabajaba, nombrándome profesor de Instrucción Cívica. Los de la Federación de Maestros se opusieron y no me dieron posesión. Entonces cortamos por lo sano y me cambiaron el nombramiento por el de secretario de un colegio nocturno, algo más que un regente; en todo caso, un cargo subalterno. El colegio se llamaba Franz Tamayo Intermedio, y luego cambió a Félix del Granado. Me venía bien porque de día iba a la Facultad de Derecho y de noche trabajaba sólo tres horas. No ganaba mucho pero era un trabajo ideal para un estudiante. Sin embargo, allí conocí el fondo mismo de la mediocridad al tratar con los profesores, en su mayoría mediocres, soberbios y autoritarios con el secretario. Además, la mayor parte eran unos reaccionarios, comenzando por el director, que era hermano del que sería arzobispo, y el regente, que era además profesor de Religión, un ridículo ultramontano.

Como eran tiempos de revolución pues gobernaba Torres, que había nacionalizado la Mina Matilde, es decir, las concesiones de la South American Placers, mi amigo y compañero Freddy Eid consiguió una recompensa para los universitarios que habíamos apoyado a Torres cuando una asonada fascista derrocaba a su antecesor, el Presidente Alfredo Ovando Candia, quien había nacionalizado la Gulf. Aquella vez me anoticié por la radio de que Torres se había hecho fuerte en la Base Aérea de El Alto, en La Paz, y me dirigí a la Universidad a buscar gente para salir en una manifestación de apoyo a la resistencia. Recuerdo que la FUL estaba intervenida por la CUB, y el interventor era un flaco de apellido Rocha. Otro de los dirigentes apellidaba Barriga, creo que era maoísta, y me increpó acusándome de traidor por apoyar a un militar. Otro tipo que se presentaba como minero, me dijo que se acordarían de mí y me fusilarían cuando llegaran al poder. Aun así salimos en una manifestación ruidosa, nos dirigimos a la Séptima División para pedir armas y el comandante de entonces habló y nos tranquilizó diciendo que las Fuerzas Armadas estaban con su pueblo. Así lo dijo esa misma noche el General Torres al jurar ante una multitud de gente humilde concentrada en la Plaza Murillo: Pueblo mío, mis Fuerzas Armadas. Su idea de la revolución tenía cuatro pies: obreros, campesinos, clase media y Fuerzas Armadas. Freddy Eid hizo contacto con el gobierno y consiguió oficialías del registro civil para algunos de nosotros. Por supuesto, no se olvidó de mí porque fui muy amigo suyo. Así de pronto tenía un trabajo del Registro Civil durante el día, y otro de Secretario de colegio, por la noche. Recuerdo que un profesor interino de Matemáticas, que era militante del Partido Comunista, entró a la dirección y dijo en voz alta: Con razón anda de mal en peor este país. ¿Cómo es posible que nombren oficial del registro civil a un mocoso? Aquella vez me enojé y le dije: Este mocoso pronto será abogado. En cambio, usted jamás dejará de ser un triste profesor interino. Para qué lo diría, pues aun hoy lo veo manejando una camioneta de transporte. Con eso vive.

En mi oficina del Registro Civil no se ganaba mucho, pero uno se divertía. Recuerdo que celebré varios matrimonios de amigos, pero yo tenía 20 años, o sea que era menor de edad y, en puridad, mis actos eran nulos. Un amigo, el Palito Lavayén, que se casó con Carmina Maldonado, le decía en broma: No molestes, porque nuestro matrimonio es nulo. Sin embargo dura ya una vida. Cierta vez, un vocal de la Corte de Justicia, mi profesor, el Dr. Hugo Galindo Decker, me encomendó un matrimonio, y cuando tomé el juramento a los testigos, resulta que eran varios vocales de la Corte. Conseguí la fotografía y la enmarqué en mi oficina. Si alguien me preguntaba el origen, les decía que era de cuando había ministrado posesión a los vocales de la Corte.

Eran tiempos distintos. Una inscripción de nacimiento costaba diez bolivianos, a veces la ganancia de toda una mañana, pero servía para comer dos medios chorizos y cuatro chops en el célebre Bar Comercio. Así invitaba yo a un amigo, digamos a Freddy Eid, él pagaba otros chops y con veinte pesos salíamos chispeados. Pero las cosas no duraron porque en agosto de 1971 se precipitó el golpe fascista del coronel Hugo Banzer, que desató una dura represión contra la izquierda y llenó las prisiones de presos políticos durante tres años, antes de exiliarlos o desaparecer a muchos de ellos.

Muchos años después leí el Mensaje a la Nación que pronunció el Presidente Torres aquel 6 de agosto de 1971. Un mensaje que rezumaba optimismo y hablaba de su programa revolucionario de gobierno, pero trece días más tarde fue derrocado.

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