domingo, 27 de septiembre de 2009

EL CONEJO DE TROYA

El año 1984 me fui a La Paz, convocado por mi partido para editar un semanario contra el gobierno de Siles. Como decía la jerarquía, querían importar vitriolo cochabambino. Ahora veo con profunda simpatía la imagen del Dr. Siles, pero entonces, quizá ciego por la óptica de mi partido, tramé un semanario que se llamaba Qué pasa, una antología del libelo que yo escribía de canto a punta, mientras Eriko Loza se encargaba de la edición. Para el primer número hice un titular de apertura que citaba a Marx: No hay que preguntarse por qué un hombre engaña a un pueblo, sino por qué un pueblo se deja engañar por un hombre. Al mismo tiempo hice el guión de una historieta que se llamaba El Conejo de Troya. La antigua Ilión se llamaba Movimiento Popular; alguien había dejado a las puertas de la nueva Ilión un conejo de madera con el rostro del Dr. Siles, a quien lo motejaban de el Falso Conejo desde los primeros tiempos de la revolución del 52; el conejo ingresaba al castillo y se producía la destrucción del movimiento popular.

Hicimos la impresión en El Diario, un periódico conservador en el cual, para mi sorpresa, se imprimían las publicaciones de izquierda. Eriko era un mago en eso porque se entendía directamente con los prensistas, les daba unos pesos y aumentaban el tiraje sin mayor costo para nosotros. Una madrugada veíamos el primer ejemplar, que realmente es como salir de una sala de partos, cuando recibí una llamada de Óscar Eid, que me ordenaba detener la circulación del semanario porque la noche de vísperas habíamos retornado al gobierno. Aquellos eran tiempos de irse y volver, a tal punto que los aliados del MNRI nos cantaban: Si los del MIR / se quieren ir / que se vayan, que se vayan… / amores hay / cariños hay / todititos traicioneros… Me negué rotundamente a impedir la circulación, aduciendo que ya lo habíamos repartido. Así nos dejaron solos hasta que se agotara el dinero que nos financiaron y alcanzamos a publicar cuatro números. Mi temor era que ese retorno acabaría dividiendo al partido, y se confirmó luego, porque esa fue una de las razones de la ruptura y del encono que se agravó con el tiempo, al punto que un tío de derecha bien puede saludarte con afecto, pero un ex compañero te mira con recelo y hasta con odio. Cosas non sanctas de la izquierda. Me fui a la dirección nacional y el jefe más alto, digo en estatura, se lavó las manos, mientras Óscar Eid me decía que si yo quería irme del partido, las puertas estaban abiertas. Por un momento fijé mi atención en la tremenda máquina de escribir que estaba sobre su escritorio y estuve a punto de estrellarla en su cabeza; pero acabé yéndome para siempre.

En ese trance no me habían pagado ni un centavo y yo había perdido mi trabajo en Cochabamba. Para mí era un saldo desastroso y no tenía dinero ni para mi alimentación. Vivía de favor y comía una sopa de cubo Maggi con un huevo. En un santiamén bajé diez kilos y en ese momento recibí una llamada de Sao Paulo: era la Consulesa general, mi antiguo amor de la Universidad, que me enviaba pasajes para visitarla, como ya les conté líneas arriba.

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