domingo, 27 de septiembre de 2009

EL DRAGÓN Y LA PRINCESA

En las oficinas del FCE me ocurrieron por lo menos dos anécdotas capitales. Había unas oficinas sombrías, que allí llaman cubículos, y en una de ellas veía continuamente a un anciano miope, que usaba tremendos lentes de aumento, dictando textos a una muchacha bellísima, creo que vagamente mulata, y entonces me hacía fantasías de que el viejo era el dragón y la muchacha, la doncella, y yo el caballero que mataría al dragón y la rescataría de su cautiverio. Entonces conocí a un experto en las ediciones de Marx y le comenté que en la Maestría de la UNAM, donde me había inscrito, nos sugerían que leyéramos El Capital en la traducción de José Aricó, de Siglo XXI, porque era más exacta que la de Wenceslao Roces, el exiliado español que había traducido la obra de Marx para el FCE. Agregué que jamás renunciaría a la traducción de Roces por su estilo vigoroso que repetía de memoria: “Y allá va el burgués orondo y satisfecho, sabiendo el poder de su dinero; y detrás va el obrero, mustio y meditabundo, sabiendo lo que le espera a quien vende su pelleja: que se la curtan”. Además yo tenía una edición especial, de tapa dura y en papel cebolla, que había comprado a mis 18 años de un modo curioso, pagando 10 bolivianos semanales hasta completar las 18 semanas visitando la Librería Universitaria. La señora que la administraba decía que muchos catedráticos le reclamaban que no les vendiera esos tres tomos de lujo si ellos pagarían al contado, pero se mantuvo leal y acabé por llevármelos a casa, y todavía los conservo. Al salir al exilio, me sirvieron para estudiar la Maestría en Ciencias Políticas, de la UNAM.

En fin, le dije al experto en Marx que me encantaría conocer a Wenceslao Roces, y para mi sorpresa me dijo que lo siguiera, y resulta que era aquel viejo a quien yo consideraba el dragón. Le estreché la mano y me dejé de fantasías; al salir, pude llevarme también una sonrisa de mi dama.

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