domingo, 27 de septiembre de 2009

EPISODIO CON GARY ALARCÓN

Cuando gané la cátedra de filosofía me llamó sorpresivamente Gary Alarcón, el temible paramilitar. Otra vez estás jodiendo ¿no?, me dijo. Estás queriendo otra paliza. Le contesté que no se me movía un solo pelo de miedo porque si me amenazaba era un signo de que no tenía poder, y así quedó. Era el año 77 y al año siguiente hubo elecciones, un fraude del candidato oficial, el coronel Juan Pereda Asbún, y luego un golpe de estado de él, que de ese modo fue presidente. No duró mucho y a fines del 78 gobernaba el General David Padilla, hombre bueno, institucionalista que quería abrir el camino a la democracia. Era el último día del 78 cuando tuve una sorpresa y un susto. Yo era por entonces Notario de Minas cuando de pronto me llamó el Prefecto a su despacho. Confieso que me asusté, pensando en la represión, pero me dijo del modo más cortés que no conocía a nadie en Cochabamba y que su único amigo, el poeta y abogado Grover Suárez, no había querido aceptarle la secretaría general y le había dado mi nombre, de modo que me ofrecía ese puesto. Le pedí un compás de espera hasta el año próximo y volé a la universidad a consultar al rector y a otros compañeros. Coincidieron en que aceptara de inmediato porque esa era una garantía para todos en épocas de permanente amenaza de un golpe de Estado. Así el 2 de enero de 1979 juré al cargo.

Había un teléfono rojo que recibía una llamada fija al término de la tarde, proveniente de la policía política, para dar el parte del día: quiénes habían llegado a la ciudad, qué políticos, dónde se alojaban, con quiénes se reunieron. Luego me dijeron que había sospechas de que en cierto inmueble podían hallar un arsenal, y como el Prefecto había viajado a La Paz, yo autoricé el operativo. Para mi sorpresa, allanaron la casa del padre de Gary Alarcón, donde encontraron armas pero también los equipos que se robaron de mi universidad cuando el golpe del coronel Pereda: máquinas IBM, calculadoras, alfombras, algún escritorio… De inmediato cargué con todo y devolví oficialmente esas cosas como consta en la prensa de la época, y a los hermanos Alarcón los despachamos a La Paz. Sin embargo, para mi sorpresa, los Alarcón fueron recibidos por el ministro del Interior, el coronel Raúl López Leytón, el Chanka López, y alojados en el mejor hotel de entonces, el Crillón. Marcelo Quiroga Santa Cruz publicó una columna de opinión relativa a este suceso con el título de “Paramilitares reciben trato de cinco estrellas”. El ministro negó que hubieran sido detenidos y dijo que los había invitado como amigos para dialogar. La cosa es que al día siguiente llegó el Prefecto, de La Paz, y cuando entré a su despacho a saludarlo, me encontré con tres militares que no respondieron a mi saludo y evitaron mirarme. Eran unos personajes siniestros: el General o coronel Torrelio, que luego sería presidente, el coronel Carlos Mena, más tarde temible torturador, y otro que no pude identificar. El prefecto me dijo que él había tratado de defenderme pero que lo mejor era que renunciara. Lo hice de inmediato y me fui a mi casa, pero al anochecer me llamó Gary Alarcón, que estaba de retorno de La Paz y esta vez no sólo me amenazó a mí, sino que me dijo que conocía bien el colegio y el rumbo que seguían mis hijos. Al amanecer del siguiente día, mi mujer, mi hija menor y yo emigramos a Oruro, mientras mis dos hijos mayores se quedaron con sus abuelos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario