domingo, 27 de septiembre de 2009

HOMENAJE A MI HIJO ARIEL

Hace como un año pensé cómo me cambió la vida el nacimiento de mi primer hijo, pero tardé en escribirlo. Eran las cinco de la mañana del día de su cumpleaños cuando lo hice en los términos que siguen.

Ariel es mi primogénito. Cumplió años este 17 de mayo y fue una ocasión para testimoniarle que su nacimiento cambió mi vida.

Por entonces yo era muy joven. Me casé con una dulce niña que quizá pensaba, como yo, que la noche de bodas era para jugar con los almohadones hasta caer exhaustos y acabar dormidos. Con todo, cumplió ese misterio que no acabo de entender y es el origen de mi devoción por las mujeres: la gestación. Ariel nació un 17 de mayo, como a las seis de la mañana; tenían que pasar muchos años para que yo percibiera cómo su nacimiento me había cambiado la vida.

Mi hermano mayor, que siempre tuvo enorme influencia en mí, me había hablado de una beca a la Universidad de Génova, y me consta que jamás ofreció nada en vano. Podía, pues, concebir un futuro distinto: hubiera estudiado filosofía y letras, quizá me hubiera casado con una italiana y acabado mis días como profesor de la misma universidad. En suma, me hubiera alejado de la realidad boliviana al punto de no entenderla y por allí hubiera transcurrido mi futuro. Pero nació Ariel y la conmoción que me provocó tener mi primer hijo me cambió la vida para siempre. Me quedé en el país, lo viví, lo sentí, lo sufrí. Entendí que era necesario ser político para luchar contra la dictadura, sufrí decepciones, palos y exilio, no me fue mejor en democracia, jamás tuve un puto duro de ahorro. Pero llegó el segundo y la tercera de mis retoños, luego la cuarta y el quinto, y comencé a sentir que Ariel me había definido una vocación inesperada: la de ser padre, y pese a mis errores, a reafirmarme en el único oficio en el cual fui feliz: en el de padre. Cuando ya tuve cinco hijos traté de resumir ese sentimiento en una frase: lo mejor que he hecho en mi vida es hijos; el resto, es pura paja.

¿A quién le debo esa convicción? A Ariel, a mi hijo primogénito, a esa alegría nueva, irrepetible, de verlo nacer y criarlo y sufrir sus fatigas y enfermedades y compartir sus alegrías; un cúmulo de sentimientos que se repitió cuando nació mi segundo hijo, luego la tercera y la cuarta y el quinto. Y ahora tengo nietos y miro atrás, a ese momento inaugural, y me hago una pregunta inevitable: si pudiera escoger, ¿tomaría el mismo camino? Por supuesto que sí. Aun con esa cuota de privaciones que me hizo un día empeñar mi guitarra más querida en una farmacia para conseguir un par de inyecciones que necesitaba mi hijo, aun con las pateaduras y con los años de exilio, escogería el mismo camino, a condición de volver a tener un primogénito con la misma intensidad de sentimiento y de amor como la que me invadió cuando nació mi hijo Ariel.

Es maravilloso cómo un hijo te cambia la vida. Yo sólo quise añadir mi testimonio a los de tantos padres que me precedieron en esta maravillosa experiencia.

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