lunes, 28 de septiembre de 2009

¡NO SABÍA BESAR!

Recuerdo que a mis 15 años, a punto de cumplir los 16 yo era un adolescente muy solo. Me obsesionaba el amor pero no tenía chica. Lo intenté una vez, en una casita perdida por entonces en un descampado, adonde iba por las noches en bicicleta. Era una casita de medias aguas al fondo de una huerta, sin muros que la resguardaran de extraños, como era bastante común. Allí al fondo vivía Marisa. Allí en la puerta de su casa, bajo las estrellas, me declaré, y como era de estilo, qué gracioso suena, me dijo que la respuesta me la iba a dar al día siguiente. Volví ansioso y me aceptó. La visitaba en una pequeña sala, me sentaba junto a ella en el sofá y la besaba interminablemente. A veces me veía su hermano mayor, un gran amigo desde entonces, y yo prefería conversar con él que darle importancia a Marisa. Poco más allá, su hermanito se quejaba. ¡Me duele mi culito! ¡Me duele mi culito! Marisa disimulaba, como si el niño dijera otra cosa. Hoy es adulto, acaba de cumplir los 50 años, y a veces recuerdo, divertido, cómo gritaba en ese tiempo. Era nueve años menor que yo, de modo que tendría seis. Un niño muy estreñido.

A la semana, Marisa me terminó. No me dio explicaciones, pero las encontré solo; bueno, en la medida en que pueden haber explicaciones para los actos de las mujeres guiados por el corazón. Fue algún compañero de curso el que me reveló la posible causa. Me dijo que para besar había que abrir la boca y jugar con la lengua, lengua con lengua. ¡¿Qué?! No lo podía concebir. Qué asco. No sé si me dijo que era como chupar una manga, o una naranja, pero de pronto intuí por qué me había dejado, porque no sabía besar. Yo apretaba los labios y los frotaba con los labios cerrados de Marisa. Eso era todo.

Mucho antes, unos compañeros los más avispados del curso nos citaron en la laguna Cuéllar. Abordamos una canoa y allí, en el centro de la laguna, nos dieron instrucciones: qué era chucha, qué era pichi, qué era culear. Yo al menos era inocente y me maravillaba de tantos descubrimientos. Alguna vez había intuido que con el sexo se hacía algo delicioso; una prima mía, cuando nos metíamos a la piscina, buscaba mi pito y lo acariciaba, pero ella no se dejaba acariciar. Otra de mis primas, junto a una pariente suya de ojos verdes, muy guapa, según recuerdo, me hacían streap tease exclusivo, aunque mucho más tarde supe el significado de esa ceremonia. Pero mis experiencias no pasaban de ahí. Cómo me afectaría lo que me revelaban, con gestos de suficiencia, que se me quedó grabada la letra de lo que fue nuestro himno, letra que quizá ni ellos la recuerdan hoy que son profesionales y tienen una vida larga, con hijos y nietos. Cantábamos con la música de Oh Susana y la letra decía: Si la chucha fuera un barco / y mi pichi el capitán / los pendejos marineros / y la leche, agua del mar. / Oh Susana / prestame tu macana / y si no te da la gana / de seguro se agusana. Lo recuerdo letra por letra y a veces la canto, sobre todo ahora que vivo solo. Hablo mucho y solo: Qué película ícula, qué argumento ento, así, con eco, para subrayar que hablo conmigo mismo. Casi como ahora, Juan.

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