lunes, 28 de septiembre de 2009

RECUERDOS DE FAMILIA







En 1980 el tío Germán me visitó en México, donde yo vivía exiliado junto a mi primo Germán, el Chaza, hijo suyo. En la secuencia, visitamos la Basílica, el Museo de Antropología, la Casa de Trotsky y una callecita de Coyoacán.
Yo nací en la esquina Esteban Arze y Uruguay, en pleno barrio de Caracota, a dos cuadras de la Plaza Calatayud, que era el corazón de ese populoso barrio: ¡Hacha, punta, picota, adelante Caracota! Mi tía Maruja, casada con Rafael, hermano de mi mamá, vivía en la casa de la Uruguay, N° 56, un conventillo de propiedad de doña Isidora Prado. Se llamaba María La Fuente, y era hija de don César La Fuente, un viejo guapo de quien me impresionó su melena ensortijada y de payaso. No he conocido mujer más maternal que la tía Maruja. Toda su vida tuvo pensionistas y Dios es testigo de cómo la querían, como a una madre. Era una mujer sencilla, trabajadora, uncida al yugo de la cocina y sin mayor noción de la economía, al punto de que le pedía a su hija Teresa que le separara el gasto de cada día en paquetes, para ir al mercado. Tiempos gloriosos en los cuales todo se compraba fresco y para el día en la recova, a pocas cuadras de donde vivía la Marujita. (Justamente mi madre me decía que no necesitábamos refrigerador, pese a que teníamos uno Gibson, gran marca inglesa, porque todo era fresco y estaba ahí, en la huerta o en el corral.
La tía Maruja ocupaba un solo cuarto grande, construido con adobe. Una mampara separaba el dormitorio la sala y la cocina, ubicada ésta junto al portón de entrada. La prima Teresa, la mayor, alquilaba por su cuenta otra habitación en el mismo patio; Conchita y Carmelita, las hijas menores, dormían con los papás, aunque luego Conchita ocupó una pequeña habitación del segundo patio. Allí vivían también unos bravos cliceños, dueños de una tienda de confecciones para niños, que alguna vez tuvieron un lío feo con mis tíos en el cual relucieron los puñales.
El tío Rafael era policía. Se había iniciado en la Guardia Republicana, fundada por el presidente Bautista Saavedra, alrededor de 1925, el Centenario de la fundación de la República, y luego ascendió hasta mayor y se jubiló. Los años le agravaron una sordera que tal vez fue producto de la guerra, y en sus últimos años fue sordo y ciego. El pobre era una maceta a la cual sacaban al sol, la regaban y luego la ponían a cubierto. Cierta vez lo llevaron a una fiesta, en la cual, como es de suponer, no se divertía. Dicen que le rogaba a la tía Maruja que lo lleve a casa, cuando se le aproximó la anfitriona, Norita, una señora que tenía tetas pronunciadas y generosas. Había un lenguaje de señas al cual la tía Maruja lo había acostumbrado, y Norita recurrió a esas señas para pedirle que se quedara un rato más. El tío, que era sordo y ciego pero no cojudo, le acarició las tetas y de inmediato exclamó: Ay wa, creo que es pues la Norita. Poco antes de perder la vista, era jubilado y anciano, pero como su pensión era exigua necesitaba trabajo. Era alcalde el coronel Germán Lema Aráoz, quien había sido padrino de una hija que el tío Rafito tuvo en Aiquile, cuyo nombre no he registrado. El tío decidió visitar a su compadre y para eso recurrió a su otra hija, la Carmelita, y se la presentó al coronel como si se tratara de su ahijada aiquileña. Así obtuvo un puesto muy sacrificado, de inspector de pichiris, es decir, de barrenderos públicos. Cuando yo era universitario y salía a estudiar por las noches, lo veía montado en una bicicleta, inspeccionando a los diversos batallones que se ocupaban con medios manuales y precarios del aseo de la ciudad.
Carmelita era de mi edad y mi gran amiga y compañera de juegos. Éramos ingenuos y egoístas. Cuando nos compraban un par de helados, Carmelita se demoraba en consumir el suyo para solazarse cuando yo terminaba. Entonces lamía su helado y cantaba: Ja ja j aja, como diciendo: Mira lo que tengo. Tenía gustos que merecerían palo, como el de comer mantequilla con azúcar. Nos peleábamos continuamente, pero hacíamos vida de vecindario y éramos felices. Carmelita tenía una prima de ojos verdes, la Olguita; su mamá se llamaba Zoraida, y mi mami le decía la Ajnata, porque su comentario habitual era Ajnata a, que en quechua significa Así es, o así es pues. Las dos chicas hacían para mí una especie de estriptís: se enrollaban los calzoncitos y me los descubrían por turno, y yo festejaba sin asomo de tentación porque era un niño.

Con el tiempo Carmelita se puso muy linda. Mis amigos del curso le decían la Coneja, porque tenía los incisivos pronunciados, cosa que le daba gracia y no era un defecto. Me hablaban de ella con deseo y yo me disgustaba. Carmelita tenía muchos pretendientes y todos guapos. Alguna vez me usó para distraer a uno mientras ella despachaba a otro, pero todo eran visitas y quizá algún beso furtivo, nada más. Se puso tan guapa que yo la deseaba y ella lo sabía y me torturaba sentándose en mis piernas. Se ponía un baby doll y se echaba en la cama y me hacía campo para que yo también me tendiera. Hacía el amago de avanzar la mano para tocarle sus piernas maravillosas y me detenía: Voy a gritar. Me atrevía y gritaba: ¡Mami! Y me congelaba en el sitio. Así se aprovechaba de este servidor. Hoy vive en los Estados Unidos y la extraño porque era mi hermana.

1 comentario:

  1. Excelente y muy hermosas fotos de mi tío Germán......felicitaciones Ramón....

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