domingo, 27 de septiembre de 2009

SOBRE "EL RUN RUN"

sOBRE "EL RUN RUN"
Quisiera registrar dos detalles: el título de mi novela se lo debo a mi hija Raquelita, que hacía una ronda infantil y cantaba: El run run de la calavera / al que no baila se le da una cuera… Me pareció el título ideal, aunque tiempo después me topé con un libro que registraba la verdadera letra, y decía: El run run de la carabela… Sin embargo, creo que mi título fue un título feliz.

La otra anécdota es más presagiosa. El gobierno del Dr. Siles Zuazo había restablecido relaciones diplomáticas con Cuba, y la embajada hizo un gran festejo en el primer aniversario de la reanudación. Para ello contrató el Salón Rojo del Hotel Sheraton, que era inmenso; e hizo descargar un viaje de buen ron y de habanos. La embajada había conseguido reunir en esa fiesta a los enemigos más irreconciliables: los sectores de la izquierda política y la sindical. Allí estaban todos en una fiesta prodigiosa. Sirvieron la cena-buffet y de inmediato se formó una cola con los dirigentes más zurdos y más conspicuos de nuestra historia política y sindical. A la lejanía vi un pavo y me antojé. Pero entonces un dirigente ferroviario usó las manos para despojarlo de sus dos piernas con un diestro ademán, y así se fue reduciendo a una osamenta, de modo que tuve que resignarme con las guarniciones. Creo que nunca más hizo la Embajada cubana semejante festejo.

En medio de la gente me encontré con René Bascopé. Lo queríamos y admirábamos porque, a la muerte trágica de Luis Espinal él se había hecho cargo de la dirección del Semanario Aquí. Luego fue al exilio conmigo y a su retorno volvió a las andadas. Me contó que había presentado al Premio Guttentag una novela que se llamaba La tumba infecunda; yo le conté que también había presentado mi Run run de la calavera. Fue la última vez que hablé con él. Nos dieron el premio compartido, pero por dificultades de los organizadores nos entregaron a mil dólares devaluados un año después, de modo que no eran ni la quinta parte del monto inicial. Hablé por mí y por mi finado amigo, y le cedí a su viuda el monto que me correspondía, que no era mucho. Un año después no se publicaba mi novela. Entonces ya escribía mi columna Ojo de Vidrio en Los Tiempos y se me ocurrió invitar a una misa de cabo de año por el lamentable fallecimiento de mi novela, que nunca se iba a editar, según decía ese texto. Mi buen amigo Werner Guttentag, que era el editor, se empeñó y en poco tiempo salió a la luz mi novela premiada; sólo que uno de los jurados me dijo que lo mejor era publicar únicamente la primera parte, pues la segunda, a su juicio, no estaba elaborada. Como me sentía inseguro, le acepté, y así salió una edición fallida, que termina abruptamente sin mayor trascendencia, pues la segunda parte es sin duda la más ambiciosa. Así comentó don Humberto Guzmán Arze: que había leído mi novelita y le había parecido totalmente intrascendente. Claro, el hueso estaba en la parte mutilada. Sólo diez años después publiqué una edición masiva en Los Tiempos con el texto completo, y otro tanto salió luego en el diario La Prensa.

La presentación de El Run Run fue inolvidable. La hicimos en el antiguo local de Chernobyl, antes que se convirtiera en una usina que fabrica chicha con control de calidad. Era un dos de noviembre y habían plantado un columpio que atrajo la atención de numerosas cholitas. Yo llevé dos paquetes de libros, en total cerca de quinientos, cuando fui asaltado por las cholitas. Los libros volaron por los aires y pronto quedé sin un solo ejemplar. Poco después cantó nada menos que Encarnación Lazarte. Era asombroso cómo había conservado la voz de cholita joven cuando ya era bastante mayorcita. La malicia de los amigos la rebautizó con un nombre apropiado a las circunstancias: Reencarnación Lazarte. Nos invitaron a aisar a las cholitas en el columpio, es decir, a darles impulso. Hay que recordar que el columpio o wallunka consta de dos postes muy altos de los cuales pende una cuerda con un asiento precario, de modo que las cholitas se elevan cerca de diez metros, y con ese impulso deben estirar el pie y sacar unas canastas con premios que cuelgan de una cuerda entre dos postes paralelos pero más bajos. Se les da impulso jalando unas cuerdas y hay que tener maña para eso, no es así nomás, como lo demostró mi carnal Alfredo Medrano, cuando la cuerda se le enredó en el cuello y lo botó a la acequia. Yo seguí las instrucciones de mi guía y pude disfrutar del sentimiento de triunfo que te viene cuando el delicado pie de la cholita logra sacar el canasto con el premio.

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