domingo, 27 de septiembre de 2009

SOBRE GARCÍA MÁRQUEZ Y AVERCHENKO


Con García Márquez en la Cumbre Iberoamericana 1991, en Guadalajara, México.
En uno de esos viajes (mi puerto de llegada era Frankfurt, mi destino era Ginebra, de donde fui a Bruselas y luego a París, como luego contaré) pasé toda la noche frente a una muchacha bellísima que dormía en su litera. Cada vez que pasábamos por un pueblo, la luz pública iluminaba su rostro y sus cabellos dorados, y yo pensaba en la extraña suerte de dormir tan cerca de la mujer más bella del mundo sin tocarla. Años después me pareció curioso encontrar una historia similar en un cuento de García Márquez que figura en su libro Doce cuentos peregrinos, sólo que el episodio de la bella durmiente ocurre en un avión. No podría insinuar nada pues se trata de un recuerdo íntimo mío y no tuve la suerte de conocer al gran escritor ni menos de ser su amigo. Únicamente me saqué una fotografía con él en Guadalajara, México, durante la Cumbre Iberoamericana del 91, que me aceptó con notorio recelo porque no me conocía. Aun más: durante mi exilio del 80 al 82 en México, García Márquez solía visitar al boliviano René Zavaleta en su casa de Coyoacán, y a veces se quedaba conversando con él hasta muy tarde, cosa que René me reprochaba porque no tenía teléfono y no había dónde buscarme. Quizá hubiera podido escuchar en silencio la deliciosa tertulia de ambos, pero no se me dio. Y bueno, en el mismo libro hay otra coincidencia de argumento de las muchas que se entrecruzan en la historia de la literatura. Es la vida y pasión de una mujer a quien su marido encierra en un manicomio para librarse de ella, y no estaba loca. Pues bien, una versión similar y más bien graciosa fue escrita por Arkadi Averchenko antes de 1920. Averchenko fue un humorista ruso que no pudo sobrevivir a la Revolución del 17 porque los revolucionarios no tienen humor y el propio Lenin, según se cuenta, lo purgó y tuvo que salir a morirse en el anonimato y en el exilio. Este Averchenko era genial y en uno de sus cuentos narra la historia de un viajante de comercio a quien le toca como vecinos de asiento en un tren a unos estudiantes ruidosos que viajan bebiendo vodka. Llegan a una estación y se bajan a continuarla, pero el viajante aprovecha para ocupar todo el asiento y echar un sueño. El tren parte y deja a los descuidados estudiantes, y éstos deciden hacerle una broma al viajante de comercio, y entonces telegrafían a la capital advirtiendo que en tal lugar y tal asiento viaja un loco peligroso. Ya llegando a destino, el viajante despierta y ve frente a sí a un guardia del tren. Trata de incorporarse para ir al baño y el guardia no lo deja. En la estación lo están esperando unos enfermeros de blanco junto a una ambulancia y se lo llevan al manicomio. Allí el viajante se da cuenta de la confusión y trata de parecer normal, sobre todo cuando aparece un profesor seguido por sus alumnos. Le habla al profesor con toda naturalidad y el viejo dicta: Anoten, tratar de parecer normal es el primer síntoma de la locura, y así hasta que el viajante monta en cólera y trata de agredir al profesor y es reducido por los loqueros y encerrado en un calabozo, con cinturón de fuerza. Lo gracioso es que al final del cuento aparece el narrador, que es el director del manicomio, y comenta que entre las numerosas cartas que recibe a diario, no faltan las que le dirigen los internos tratando de convencerle de que son normales. Él ha seleccionado ésta, que le pareció la más imaginativa y graciosa.

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