domingo, 27 de septiembre de 2009

ÚLTIMOS DÍAS DE EXILIO

Mi exilio terminó porque un día recibí un telegrama de Bolivia: mi partido me conminaba a retornar. No se había decretado la amnistía pero ya no molestaban mucho y al parecer me necesitaban. No dudé en volver aunque tenía lista mi tesis de posgrado para graduarme en la maestría.

Queríamos vender el Vocho, que nos había acompañado fielmente todo ese tiempo, pero al cambiarle bujías se robó la rosca de la culata del motor. Una tarde nos fuimos con mi amigo Pepe a visitar a un mecánico que era su amigo, y nos llevamos un porrón de Bacardi con vasos plásticos, y estuvimos toda la tarde dándole al guaro. El mecánico me dio una opción práctica: que le pusiéramos bujías de camión, y acto seguido las embutió a combazos. Luego se dio por enterado de que yo retornaba al país y me dijo que tenía para mí un recuerdo: era una caja de balas. Ellos creían que yo regresaba al país a pelear en la guerrilla, y mis amigos militares querían venirse conmigo.

Al retornar a casa, Yolita me esperaba nerviosa y disgustada. Un vecino tenía interés en comprar el Vocho y yo me había perdido toda la tarde. Fue a buscarlo y entonces le dije que yo podía engañar a cualquiera menos a un mexicano, porque le debía a México la protección de mi familia y el refugio de ese par de años. Le expliqué luego que la caja saltaba, que el motor necesitaba cambio de anillas y que, para colmo, le habíamos embutido a combazos bujías de camión. El interesado se fue y Yolita soltó su disgusto, pero antes de dormirme le dije que nadie me obligaría jamás a engañar a un mexicano. Sin embargo, a la mañana siguiente, muy temprano, el interesado tocó el timbre, me ofreció 500 dólares, le di las llaves y asunto concluido. El Chaza me contó que aquella noche, en una fiesta, el amigo decía: Estos bolivianos son retesinceros. Todo lo que me dijo que estaba mal, pos estaba mal. Ni a quién quejarse.

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