domingo, 27 de septiembre de 2009

LOS FESTIVALES DE CULTURA

Como de costumbre, los artistas aceptaron colaborarnos sin el menor interés económico, y por primera vez quise agregar el fruto de una intuición todavía poco trabajada: no sé si entonces ya había leído un pasaje de la obra de Lévi-Strauss, en el cual dice que la cultura nació cuando alguien echó un trozo de carne al fuego. No sé si lo leí o lo intuí, pero entonces comencé a pensar que lo más importante de la cultura cochabambina es la cocina, y entonces convencí a los dueños de los boliches del Prado, a que se adhirieran al festival, que sería allí, rescatando la vieja tradición de los “guiadores”, platos de la cocina criolla sencillos y deliciosos que en el pasado te invitaban en las chicherías, como en México invitan botanas y en España tapas.

El día del festival, serían las diez de la mañana y la cosa no había comenzado, cuando vi solo y sentado en un banco del Prado a don Jesús Lara, quien ya entonces era un hombre viejo y solemne, muy respetado por todos. Recuerdo que me acerqué a saludarlo, y para que esperara y no se fuera le dije que en media hora los boliches iban a invitar un fricasé, y que no se preocupara. Me miró con disgusto y me dijo una frase que desde entonces me acompaña como un lema de escudo familiar: Usted, Rocha, de comer nomás se preocupa.

El festival fue un gran éxito, no sólo por su propia dinámica, sino porque había llegado al Palacio de Portales una frondosa delegación de músicos indígenas que participaban en el célebre Festival Luzmila Patiño, y al crepúsculo se apostaron en la Plaza Colón y a la altura del Monumento a Bolívar, y tomaron musicalmente el Prado, tocando sus instrumentos.

Recuerdo que durante la inauguración, el rector y el vicerrector me manifestaron su agrado por el festival, tal vez por una circunstancia: porque habíamos invitado al comandante de la Séptima División, el coronel o ya general Mario Vargas Salinas, a quien le decían el León de Masicurí desde que emboscó a la columna de Antonio y de Tania en el Vado del Yeso. Aun así, yo diría que era un hombre afable y civilizado, con quien se podía conversar. Lo curioso es que su presencia nos tranquilizó y disipó los temores constantes que teníamos en torno a un nuevo golpe de Estado. No adivinamos que apenas faltaba un mes para el cruento golpe del 17 de julio de 1980, cuando subieron al poder García Meza y Arce Gómez y propiciaron el retorno de todos los paramilitares, entre ellos Klaus Barbie, Gary Alarcón, Fernando Mosca Monroy, Habib Curi, Dellacchiae y otros italianos que fundaron el temible grupo Los Novios de la Muerte.

No conocí al Mosca Monroy, que actuó en La Paz, pero quiero registrar dos apuntes: por la coincidencia de apellido, los amigos me tomaban el pelo hablándome de “mi primo”. Entonces yo aclaraba: Él es Mosca, yo soy matamoscas. La segunda anécdota es triste y ocurrió en 1990, cuando trabajaba en la Embajada de Bolivia en México. Cierto día nos visitó una señora a renovar su pasaporte. Era la viuda del Mosca Monroy y me preguntó si había conocido a su marido e incluso me aclaró que le decían el Mosca. Le dije que sí y un niño de doce años se levantó con los ojos brillantes para preguntarme si yo lo había conocido a su padre. Había tanta ilusión en sus ojos que omití detalles y sólo asentí con una sonrisa.

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