lunes, 28 de septiembre de 2009

BACHILLER EN EL AÑO DE LA GUERRILLA


Un recuerdo maravilloso, con Raquel Welch en el Festival Iberoamericano de Cine, de Santa Cruz, año 2000.
Un año crucial fue el del bachillerato, que coincidió con la guerrilla del Che: 1967. Creo que entonces se desarrolló para siempre mi vocación por el periodismo, porque mañana y tarde usaba mi exiguo recreo para comprar Los Tiempos a primera hora y Presencia a las 2 post meridium para seguir el rastro de la guerrilla. Cierta vez esperaba yo el recreo de las 10 de la mañana y me senté al sol a leer Los Tiempos. Estaba abstraído en las noticias de la guerrilla cuando se cernió sobre mí la sombra ominosa de un cura que me obligaba a ir a jugar. Le aclaré que estaba leyendo y me contestó que el recreo era para jugar y que era obligatorio hacerlo. Quise resistirme y entonces me decomisó el periódico. Desde entonces, lo compraba muy temprano, lo hojeaba con fruición hasta la hora de entrada, lo dejaba en depósito con la heladera o la frutera de la esquina, y a la salida corría a rescatarlo para irme a casa leyéndolo, sin ver siquiera dónde pisaba. El rito se repetía por la tarde, con informaciones aun más exclusivas porque Presencia llegaba desde la sede del gobierno, donde había mayor acceso a las fuentes de información.
Un buen día de abril o mayo, a dos meses del estallido de la guerrilla, nos visitaron los famosos hermanos Alarcón, de la Legión Boliviana Social Nacionalista, a explicarnos por qué los colegios católicos íbamos a salir en una gran manifestación contra la guerrilla, y nos instruyeron cómo fabricar un muñeco barbudo para quemarlo. Llegó el día del acto y en lugar de imitar a mis compañeros que se chorrearon silenciosamente de la marcha, me fui a la dirección y le dije al cura director que yo no asistiría, que nadie podía obligarme a protestar contra algo que yo consideraba justo. Me dijo que era obligatorio y que si no lo hacía, me atendría a las consecuencias. No lo hice y me expulsaron una semana. Mi madre me acompañó a una cita con el director, y éste, o el cura encargado de la disciplina, le dijo: Su hijo es muy inteligente, pero es una inteligencia inclinada al mal. Para qué lo diría, porque mi madre casi le da un puñete, lo llenó de improperios y me dijo poco menos que: Vamos, hijo, no te juntes con esta chusma.
Al día siguiente, me sirvió el desayuno en la cama, y me quedé como hasta las nueve. Salí a buscar algún amigo, pero no encontré ninguno, todos estaban en clases. A las 12 estaba yo parado a la salida de los alumnos de mi colegio, para conversar un poco con ellos. Fue una semana triste y solitaria en la cual no hubo día en que no madrugara y regresara a cada entrada y salida. Muy temprano, conversaba con mis compañeros, sonaba la campana y ellos ingresaban al colegio y yo retornaba solo a mi casa. Fue el peor castigo que sufrí en esa época, pero en realidad vendrían otros más.
Como había manifestado mi afinidad con la guerrilla, más romántica que real, pero afinidad al fin, ocurrió un acto de protesta que de inmediato me fue endilgado: un joven llamado, si recuerdo bien, Hans Muller, echó una botella de sangre a los pies de Antenor Patiño, que por esos días llegó trayendo los restos de su madre, doña Albina Patiño, esposa del magnate del estaño Simón I. Patiño. De inmediato los curas me acorralaron para hacerme investigar incluso con un detective, a ver qué sabía yo de ese atentado. Por supuesto que no sabía nada, porque era menor de edad y vivía muy aislado, era un solitario. Pero desde entonces me acosaron y en los últimos días del bachillerato me hicieron una maniobra artera que paso a contar. Ocurre que no podían vengarse en las notas porque yo era buen alumno aun sin esfuerzo. Así estaba eximido casi en todas las materias con excepción de Química y Física. De eso se aprovecharon. Cuando ya ensayaba el acto de graduación, un compañero me dijo que me había aplazado doblemente en el examen final. No lo creí, pero ahí estaban las calificaciones fijadas a un tablero que no mentían. En ambas materias me habían calificado 2 con la complicidad de los respectivos profesores a quienes perdí el respeto para siempre. Total que me amargaron el acto de graduación, que di desquite por pura fórmula pues me dejaron solo como para que copiara a gusto, y de ese modo cumplí los dos desquites más importantes en 12 años, casi los únicos, precedidos por dos anteriores insólitos: uno en dibujo y otro en educación física. Este último porque nunca hice deporte y no hay cancha de ningún deporte que haya hollado con mis pasos, pues hasta ahora considero el deporte como el mayor riesgo para la salud. Mejorará el metabolismo, la fisiología, el ritmo cardíaco, lo que ustedes quieran, pero uno se expone a accidentes fatales que no les ocurren a quienes no hacen deporte. Aquella vez pude hacer lío, pedir mis exámenes y comprobar dónde me había equivocado, pues recordaba haber salido de ambas pruebas con la conciencia de haber aprobado; pero por primera vez sentí tal amilanamiento que me paralizó y no reclamé nada, cosa que se repitió en mi vida algunas veces y me perjudicó enormemente. Tremenda semilla que me dejaron los curas.
No fue la única mala semilla: el regente una vez me increpó porque yo era dirigente de mi curso y me había atrevido a hacer una fiesta con chicas invitando con el nombre del colegio. El sujeto, que era un pichón de fascista, me dijo: Quién eres vos, qué te crees, vos eres una mierda, ¿me oyes? Una mierda. Bonita forma de elevar la autoestima de un joven alumno.
Lo poco que he hecho en la vida ha sido quizás una reacción contra ese regente y contra los curas, para probarles que no soy una mierda.

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