domingo, 27 de septiembre de 2009

MI VIDA EN ORURO

En Oruro me ocurrieron cosas, vaya que sí. Mi hermano Enrique salvó la situación haciéndome nombrar notario de Minas de Oruro. Esa oficina había construido fortunas, pero por esos años había una tremenda depresión en el precio de los minerales y los mineros grandes hacían sus transacciones en La Paz, donde tenían sus oficinas, aunque los yacimientos estuvieran radicados en el distrito de Oruro, de modo que casi me muero de hambre. Recuerdo que apelé a vender mi novela Allá Lejos, con resultados desiguales. Un palestino de nariz ganchuda y tez blanca, que tenía tienda en la calle que baja de la Plaza principal al mercado Campero, me escuchó la oferta y me preguntó si no me daba vergüenza pedir limosna. Otra señora, también dueña de una tienda, se identificó como presidenta de CONIF, una institución femenina de damas, y de puro entusiasmo me compró dos libros, uno para ella y otro para su hija, dedicados por el autor. Pero al cabo de unas semanas, me reconoció en un café y me preguntó cómo había tenido el valor de venderles una obra tan cochina, nada menos que a dos damas. En cambio, recuerdo con alegría que cierta vez abrí las puertas batientes del Café Musa, en la Plaza principal, y allí un grupo de amigos leía en voz alta mi novela y la festejaban a carcajadas.

Vivimos casi de favor en la esquina de las calles Belzu y Vásquez, en una casita de medias aguas, tres habitaciones con un patio grandísimo y la torre del reloj del templo de San Gerardo, que era nuestro reloj familiar. Era la casa del poeta Antonio Ávila Jiménez, esposo de la actriz de teatro Ilde Artes, ambos padres de la también poeta Silvia Mercedes Ávila, mujer valerosa y camarada del Partido Comunista, aliado de la Unidad Democrática y Popular, que terció en las elecciones del 78, 79 y 80 denunciando el fraude del 78 y ganando los comicios del 79 y el 80 aunque recién pudo subir al poder en octubre de 1982 con el binomio Hernán Siles Zuazo-Jaime Paz Zamora.

A poco de vivir allá me hice amigo de algunos universitarios, entre ellos Carlos Rocha Orozco, quien años más tarde fue ministro de la Corte Suprema, y de Carlos Böhrt, por entonces dirigente de la Facultad de Economía y hoy Senador; gocé también de la amistad de Alberto Guerra Gutiérrez, poeta, antropólogo, brujo andino, un hombre superior. Ellos eran los que festejaban mi libro Allá Lejos en el Café Musa.

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