domingo, 27 de septiembre de 2009

CAMILA SE LLAMÓ MAURICIO BABILONIA

Cuando una mujer rompe una relación, el hombre suele repetir una pregunta ociosa: ¿Por qué de un momento a otro, así en frío? Claro, no se acuerda de uno y otro y otro error que las mujeres suman con su memoria acumulativa hasta que revientan. Uno se esfuerza por buscar anuncios, presentimientos, indicios de ruptura en el pasado. En mi caso, no me fue difícil recordar un presagio muy temprano que ocurrió en Tarija: yo había viajado para pedir la mano de Rosy, llevando una jaula con una pareja de loritos celestes, que la vendedora llamaba “catitas del amor”. La razón era que la hembra siempre hallaba la forma de escaparse y el macho, al verse solo, se suicidaba. Llegué con ese regalo a Tarija y colgamos la jaula en el parral del patio. Al día siguiente me levanté muy temprano, como de costumbre, y sentí un extraño alboroto en la jaula: la hembra se había escapado y el macho revoloteaba preso de la angustia. Le abrí la puerta de la jaula, pero sus ojos se habían acostumbrado a ver barrotes y no se daba cuenta. Por fin lo saqué y se fue volando. ¡Temible presagio para quien había ido a casarse!

Con todo, mi segundo matrimonio tuvo momentos muy felices, especialmente las circunstancias que rodearon el nacimiento de mi hija Camila, el 31 de julio de 1986, día de San Ignacio de Loyola.

Un mes antes tomé el avión para ir a Tarija, donde me esperaba Rosy. Se me figuraba que iba a tener varón y quería que se llamara Mauricio Babilonia, el hombre de las mariposas amarillas que imaginó García Márquez. Así le compré una mariposa gigante y amarilla, que llevaba en las manos, guardada en una caja. Mis compañeros casuales de viaje me preguntaban qué llevaba allí con tanto cuidado y yo les decía que era una bomba. Volando a Tarija, deposité la cajita en mi asiento y antes de ir al baño les previne que nadie la tocara porque podía activarse la bomba, de modo que el asunto se convirtió en tema de conversación y de risas generales. Para mi sorpresa, cuando bajaba por la escalerilla del avión en el aeropuerto de Tarija, me esperaba un oficial de policía que me intimó a abrir la caja. Le pedí no hacerlo, porque se iba a estropear la sorpresa, pero como me amenazó con llevarme a la comisaría, tuve que hacerlo y la mariposa amarilla se escapó.

Pasé un mes en Tarija, caminando todas las mañanas con Rosy por la Costanera: un lapso breve (iba a decir único) de paz en nuestras vidas. En esas caminatas vi otro presagio: la ciudad se había cubierto de mariposas amarillas a tal punto que los carros que tomaban la Costanera, las aplastaban con las ruedas. Yo estaba maravillado, pensando en el santuario de mariposas de Michoacán, donde se dan cita millones de mariposas para desovar, pero pronto me desengañé del presagio, porque era una plaga de pilpintos, como se llaman en quechua las mariposas, una plaga tan peligrosa como una de langostas.

En la noche de vísperas vi una señal en el cielo que hasta hoy no logro descifrar: la luna estaba en cuarto creciente parecía que devoraba una constelación parecida a un cometa de papel, que hasta hoy no sé cómo se llama, pero se veía recortado entre las fauces de la luna. Entonces nació Camila. Pero días antes ocurrió otra anécdota divertida: resulta que conté el dinero que tenía y me angustié de que no me alcanzara para los pasajes de retorno, de modo que fui a comprarlos con anticipación. Necesitaba dos pasajes para adultos, uno para un menor y otro para un bebé. Me preguntaron la edad del bebé y les conté que todavía no había nacido. Me preguntaron el nombre y les dije Mauricio Babilonia. Pusieron en el pasaje Mauricio Rocha y así me fui tranquilo. Afortunadamente el Dr. Pino, un gran amigo, no nos cobró un centavo, pero nació niña y su primer viaje fue con nombre de guerra, nombre clandestino, pues retornó a Cochabamba con el nombre de Mauricio.

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