domingo, 27 de septiembre de 2009

EL GOLPE DE NATUSCH

Sin embargo hay un episodio que ocurrió antes y que debo recordar. Fue el 1° de noviembre de 1979, cuando el coronel Natusch sacó los tanques del Regimiento Tarapacá y las tropas acantonadas en La Paz en un cruento golpe de Estado que bajó de la Presidencia al Dr. Guevara. De inmediato organizamos la resistencia, sin abandonar nuestros puestos de trabajo. Recuerdo que por entonces había en el IBC dos Volkswagen Combi pintadas de amarillo a las cuales acabamos designándolas como las tanquetas del Instituto. Una noche salí solo en una de las Combis a ayudarle a mi amigo Bascopé, a recoger una edición clandestina del Semanario Aquí. Cuando ingresamos a la imprenta, ubicada en la calle Illimani, escuchamos el ominoso ruido de los tanques y el silbido característico de los Caimanes militares. Cerramos la puerta de la imprenta, apagamos la luz y esperamos a que pasaran. Si nos descubrían, no contábamos el cuento. Luego cargamos los ejemplares y nos fuimos a un sitio lejano, al norte de la ciudad, donde esperaban varios compañeros para doblar esos ejemplares. Entre ellos recuerdo a Espinal y a Xavier Albó, entre otros que me miraban con recelo, porque era todavía funcionario del gobierno.

Al día siguiente, salimos en las dos Combis, que yo me había llevado a mi casa, y una de ellas la manejaba mi hermano. Pasábamos por la calle 6 de agosto cuando mi hermano, que iba delante, fue interceptado por dos jeeps llenos de paramilitares. Doblé por una calle transversal y escapé a tiempo, pero mi hermano había caído. Me dirigí a su casa y le conté atribulado la noticia a su esposa, pero milagrosamente apareció a la media hora. Se había encontrado con José Estenssoro Ackerman, su condiscípulo de colegio, y él con sus influencias lo había salvado, pero los paramilitares se llevaron la Combi.

El gobierno había ejecutado una masacre sin precedentes porque el coronel Natusch, presidente de facto, no podía controlar a los duros que formaban a la vanguardia de los grupos de choque, los mismos que un año más tarde secundarían el golpe militar de García Meza. Pero el régimen pasaba por un equilibrio inestable y aislado de la comunidad internacional, que recibió indignada la noticia de la clausura de una Asamblea General de la OEA, precisamente el día del golpe. A tal punto era inestable el poder de los militares, que recuerdo haber tomado el teléfono del IBC para comunicarme con el Subsecretario del Ministerio del Interior e increparlo porque los paramilitares se hubieran llevado una de las COMBIS. El tío no me dijo nada, y era nada menos que Fernando Kieffer, hombre de confianza de Banzer en su segundo gobierno, luego encerrado en el Penal de San Pedro por el negociado del avión Beechcraft, que compró para uso de Banzer con dineros de Defensa Civil destinados a aliviar las consecuencias del terremoto de Aiquile y Totora, y a un sobreprecio indignante. Aun más, cierta vez iba en la Combi de mi uso por la Mariscal Santa Cruz, ya llegando a la Plaza Pérez Velasco, cuando me empató la otra Combi repleta de paramilitares que se reían de mí y me mostraban sus metralletas. Ese gobierno era tan débil que sólo se rieron de mí. Meses después, probablemente ellos mismos asesinaron a Luis Espinal, y el día del golpe de García Meza asaltaron la sede de la COB y asesinaron a Gualberto Flores y a Marcelo Quiroga Santa Cruz.

En el enfrentamiento fue herido de gravedad nuestro amigo el pintor Edgar Arandia. Se había enfrentado a un tanque y le dispararon una ráfaga en el vientre. Lo vimos con mi hermano en el Hospital General sin conocimiento y en serio peligro de muerte. Un año después, mi hermano lo recibió en Quito, donde Edgar llegó a vivir en el exilio. Con la democracia restituida presentó una exposición inolvidable en la galería municipal de la calle Colón, y a la entrada exhibió su polera con los impactos de bala. Yo le tenía una admiración sin límites por su gracia para hablar en solfa criolla, como que le hice un homenaje escribiendo un cuento que titula Naipes del Baticoba, un texto barroco escrito en el timbre y el estilo de la prosa de mi novela Allá Lejos, que sólo quería fijar una imagen: cuando Edgar hablaba, de sus labios salían naipes.

El gobierno de Natusch duró quince días y cayó. El Congreso ya no renovó el interinato del Dr. Guevara y eligió a Lidia Gueiler Tejada, hasta hoy la única Presidenta del país. Con ella hubo cambio de ministro y entró un tío figurón que el primer día de su gestión me dijo que a él le interesaba el show, y que el IBC debía prepararle toda clase de eventos artísticos para que él se luciera. Lo dijo así. Entonces yo cometí un error: me llegó una invitación a Ginebra, a un congreso sobre derechos de autor, que me interesaba porque era abogado y escritor y entonces acepté y me fui. El viaje ocurrió en enero del 80. Cuando retorné el ministro estaba furioso conmigo y me pidió mi renuncia. Ocurre que él había vivido y estudiado en París, como luego volvió a hacerlo pues fue embajador, y al enterarse de que se había perdido un viaje a Europa casi se desbautiza.

Aquel día de mi renuncia sentí un alivio extraño al despedirme del chofer a media mañana para volver a pie a mi casa, que distaba un buen trecho, desde la Plaza Abaroa hasta Alto Obrajes. Qué delicioso me resultó caminar sin corbata, con el saco sobre el hombro, a esa hora fresca y deliciosa, sin apuro por reuniones ni por los ajetreos de aquellos meses que dirigí el IBC. Esa misma noche me llamó Fernando González Quintanilla para decirme que me esperaban en la Universidad de San Simón, donde debía hacerme cargo de la secretaría general del Rectorado. Pero en la víspera me había ocurrido otro hecho venturoso. Resulta que me visitó el director de USIS, la agencia de información americana, y me dijo que no me preocupara, que no me llevaba problemas sino una invitación para conocer los Estados Unidos durante un mes en el programa Partners of the Americas, un episodio delicioso, que ya lo contaré.

No hay comentarios:

Publicar un comentario