domingo, 27 de septiembre de 2009

EN MEMORIA DE ADOLFO CASTELAO

Veinte años después, Raquelita, que ahora vive en Madrid, me mandó una novela corta intensa como un diamante, escrita por Castelao, humorista gallego que murió cuando yo nací, en 1950. Compró el libro por el título: “Un ojo de vidrio”, memorias de un esqueleto que usaba un ojo de vidrio en el Más Allá.
Sé por qué me cautivó de inmediato su lectura: por razones que desconozco, soy cultor del macabrismo, al igual que Castelao. Esta temible palabra se refiere a una tendencia muy corriente en la Edad Media: revivir con humor a la muerte y a los muertos. Luego vino el Renacimiento y el predominio de la Razón, que se negó a creer en aparecidos.

Castelao es un delicioso macabrista creador del esqueleto de ojo de vidrio que cuenta su vida, y este servidor, como bien lo saben sus paisanos, ha escrito El run run de la calavera, una novela festiva sobre la muerte y los muertitos rebeldes que disfrutan de los ritos del Día de Difuntos y, al influjo de la buena chicha culli, se resisten a volver al Más Allá.
Del mismo modo, y tal vez por desesperación de no poder devolverle la vida a mi entrañable carnal Alfredo Medrano, se me ocurrió nombrarlo corresponsal en el Más Allá, a ver si transcribiendo lo que él me dicta puedo de algún modo revivirlo.

Veamos un pequeño fragmento de la novelita de Castelao:

“Fue una noche de luna llena cuando salí de la fosa por primera vez. Trabajito me costó desentumecer las piernas y cuando me levanté y saqué la cabeza fuera de la tierra, me quedé pasmado… Aquel ojo de cristal que no me había servido de nada en la vida ahora me sirve para mirar. Loco de contento me saqué el ojo, le di cuatro besos y volví a ponerlo en su sitio. De un impulso salté de la fosa y fui hacia el lugar de reunión de los esqueletos. […] Harto de contemplar a mis compañeros bailando como si fuesen huesos al son de la Danza Macabra de Saint Säens, me aparté del mentidero y me fijé en un esqueleto que estaba sentado en una lápida y que tenía la calavera ladeada (expresión de tristeza y melancolía en este mundo). Me acerqué a él y observé cómo protegía en la caja que forman las caderas un esqueleto pequeñito. En seguida me di cuenta de que era un esqueleto de mujer y pregunté amablemente:
--- ¿Es usted una de las mujeres de las que mataron en Oseira, Nebra o Sofán?
---No señor, no – me respondió-- ¡Morí de tristeza!
Después observé que en los huesos de las caderas no tenía agujeros de bala.
---Muy honda debió ser la tristeza –le dije.
---Sí señor. Morí enamorada del hombre que se pudre debajo de esta piedra.
Y al mirar la piedra pude leer un epitafio en verso castellano y colgando de la cruz vi un retrato con marco de varilla dorado. Era un sargento de bigote rotundo fumando un puro con vitola.
No quise saber más y me fui a acostar.”

Maravillosa lectura para quien podría dibujarse a sí mismo como un esqueleto con ojo de vidrio.

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